sábado, 5 de marzo de 2011

El hombre de los globos


Erase una vez que se era… en un parque cualquiera…

Un parque donde es natural que los niños jueguen y se diviertan… A ese parque, acudía todas las mañanas “el hombre de los globos”.

Éste era un señor algo mayor, con pelo y barba de nieve. Muchas gentes del lugar lo confundían con Santa Claus o Papá Noel, ya que les traía la felicidad a los niños de la zona. Pero la verdad es que no era más que un hombre normal y corriente que se dedicaba a vender globos…

Éste señor, aprovechando las horas donde los niños juegan en el parque, se acercaba por las mañana con un gran puñado de globos de todos los colores. Cuando llegaba al lugar, solía subir en un montículo de tierra. Allí, cogía un globo de color rojo y lo soltaba… y el globo volaba y volaba hasta que ya no se divisaba. A continuación, cogía un globo de color amarillo, lo soltaba y al igual que el rojo… y el globo volaba y volaba hasta que ya no se divisaba.

Hacía esto todos los días para llamar la atención de los niños que jugaban en el parque y así, sin saber cómo, los niños se acercaban y cada uno le pedía el globo que más le gustaba…

- Yo quiero uno verde.
- Y yo uno rosa.
- Deme a mi uno azul, por favor…

Esto ocurría todos los días del año… Pero un día… El día de nuestra historia, había un niño negro en el parque. Este niño, no conocía a nadie y estaba solo, en un rincón del parque, jugando con unas piedras que había por allí. Llevaba ya varias horas entretenido con su juego cuando, por entre las ramas de los árboles, vio aparecer multitud de colores. Se acercó un poco para ver con más claridad aquello que había llamado su atención y escondido detrás de un árbol observó cómo, nuestro amigo, “el hombre de los globos” subió a lo alto de un montículo de tierra, cogió un globo verde y lo soltó… y el globo voló y voló hasta que se perdió. Luego cogió uno blanco y también lo soltó… y el globo voló y voló hasta que se perdió. A continuación “el hombre de los globos” se vio rodeado de niños que les pedían sus globos favoritos…

- Yo quiero uno amarillo.
- Y yo uno rojo.
- Deme a mi uno marrón, por favor…

Poco a poco, conforme iba pasando el tiempo… el hombre se fue quedando solo. Ya no se veía a ningún niño cerca de él. Pero cuando se dispuso a bajar del montículo de tierra, notó que alguien de baja estatura tiraba de su pantalón, se giró y vio que era nuestro amigo, el niño negro, que durante todo el rato había estado mirando detrás de un árbol.

- Perdone, - dijo el niño - ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Si, la que quieras - contestó el hombre.
- ¿Los globos negros, suben tan alto como los demás?
- Claro que si – dijo el hombre – Lo importante no es el color, sino lo que hay en el interior.

Y en ese momento, el “hombre de los globos” cogió un globo negro y… lo soltó… y el globo subió y subió hasta que ya no se vió… y colorín colorado este cuento se ha acabado


El video que os dejo aquí pertenece al espectáculo "dos con muxo cuento xino" de Antón y PepeLu



Hace unos días una compañera compartió en facebook esta versión del cuento... aquí os la dejo también...

EL VENDEDOR DE GLOBOS.

. Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestos de venta de cuanta cosa bonita uno pudiera imaginarse.

Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas.

También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.

Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño.

Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.

Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó.
Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó:

-¡Mira mamá un globo!

Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo.

Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que un tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos.

Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.

Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo.

El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.

-Te lo regalo, pequeño, le dijo el hombre con cariño, insistiéndol para que lo tomara.

Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo.

Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:

- Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?

Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:

- Haz tú mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.

Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:

- Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.

El niño sonrió con satisfacción y agradeció al vendedor y marchó saltando, para confundirse con los muchachos que coloreaban el parque en aquella soleada tarde.

El vendedor de globos le acababa de enseñar una bella lección de fraternidad: no es el cuerpo, ni el color, ni la raza, ni tampoco la posición social, ni la religión o las apariencias… es lo que está dentro de cada uno lo que le hace subir

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