En aquel país, como en casi todos los de los cuentos, los reyes tenían siempre tres hijos varones. Cuando crecían se iban siempre de palacio para buscar fortuna. De los dos primeros no se llegaba a saber nada, pero el menor de los tres siempre rescataba a una princesa y se casaba con ella.
Sin
embargo aquella vez, los reyes, después de tener sus dos primeros hijos
varones, recibieron la llegada de una niña.
-
¡No es posible! ¡Esto no ocurre jamás en los
cuentos!- No importa –dijo el rey-, la llamaremos Petronila, crecerá con sus hermanos y aprenderá a coser y a cantar. Ya aparecerá algún príncipe para casarla.
Cuando
ya se hicieron mayores los tres hermanos, llegó el momento de salir a la
aventura. Los dos hermanos mayores se montaron en sus blancos corceles y cuando
estaban despidiéndose de los padres apareció Petronila.
-
¿Qué haces montada en ese caballo negro? –le
pregunto su padre-- Me voy a probar aventura.
- ¿Estás loca? ¿Qué dirá la gente?
- Me importa un comino –respondió Petronila-. Pienso irme por los caminos para rescatar a un príncipe y casarme con el.
No hubo forma de convencerla de que las princesas cosen y cantan a la espera de los príncipes azules. Así pues, espoleó al caballo y salió al galope junto con sus hermanos quienes, muy escandalizados, decidieron perderla en el primer cruce de caminos.
Así lo hicieron, y de pronto, Petronila se halló en una encrucijada sin saber qué dirección tomar. Menos mal que justo en medio del camino había un viejo peregrino que le preguntó a dónde iba.
- A rescatar a un príncipe para casarme con él; pero no tengo ni idea de por dónde ir.
- Que yo sepa hay un tal príncipe Fernando en poder del Mago Crisol.
- ¿Y dónde vive ese mago?
- Al final del camino de la izquierda. Pero tienes que tener cuidado porque el Mago tiene malas pulgas.
- Eso no me importa. Soy muy valiente.
- Así me gustan las princesas. Me has caído bien, te daré un buen consejo –dijo el peregrino rascándose una pulga que le corría por la espalda-. Entra en casa del Mago Crisol como sirvienta y cuando te vaya a pagar le pides primero un peine de oro, luego un espejito de plata y por fin un anillo de brillantes.
- ¿Y para qué quiero esas bobadas?
- Para que te sirvan de talismán. Anda, vete deprisa y no seas tan contestataria.
Petronila siguió el consejo del anciano y al poco tiempo se encontró ante un palacio pequeño, bastante agradable. En el jardín vio a un príncipe guapísimo tumbado bajo un sauce.
- Tú serás mi príncipe, ¿quieres que te rescate?
- Quiero que me dejes en paz, estoy durmiendo la siesta.
Entonces apareció el Mago Crisol con su hermosa abarba entrecana y su manto de estrellas.
- ¿Puedo trabajar de criada? – preguntó Petronila.
- Desde luego, ve al corral y límpialo.
En
el corral vivían dos gallos malísimos dispuestos a sacarle los ojos a cualquier
extraño, pero Petronila les pidió muy amablemente que cantaran mientras ella
trabajaba y lo gallos, presumidos siempre, se pasaron la mañana cacareando hermosos
quiquiriquís.
Al terminar la tarea el Mago le pagó con un peinecito de oro. Petronila se acerco al príncipe que se estaba rizando la barba y le dijo:
- He hecho esto por ti.
- Me importa un bledo –dijo el príncipe.
Al
día siguiente el Mago Crisol ordenó que cuidara los caballos. Eran dos corceles
enfurecidos que a poco si la aplantan en la primera cabriola. Petronila se dio
cuenta de que estaban hambrientos y sedientos y les preparó una buena ración de
pienso y abundante agua y los corceles estuvieron comiendo y bebiendo dejándose acariciar agradecidos.
Al
terminar la tarea el mago le entregó un espejito de plata. Se dirigió al
príncipe que estaba haciendo un crucigrama y le dijo:
-
He hecho esto por ti.- Si quieres hacer algo por mi, dime una palabra de ocho letras que signifique vago y egoísta.
- ¡Fernando! –contestó Petronila.
El tercer día el Mago le pidió a Petronila que arreglara el henil. En él anidaban siete terribles halcones que la miraron despiadados. Petronila comprendió que estaban aburridos y, mientras trabajaba, les fue contando los hermosos cuentos que había aprendido cuando bordaba. Los halcones la escucharon enternecidos hasta que llegó la noche y se durmieron.
Al terminar el mago le entregó un anillo de diamantes. Petronila se acercó a la alcoba del príncipe que estaba durmiendo y le dijo:
- Fernando, despierta, que ha llegado el momento de rescatarte.
Con poquísimas ganas el príncipe se preparó y montó con ella en un caballo, saliendo al galope.
Al
poco tiempo Petronila observó que el mago les perseguía; cuando estuvo a punto
de alcanzarles ella lanzó al camino su peinecito de oro que se convirtió en un
espeso bosque. Pero el mago, con su espada mágica, taló el bosque y pronto
volvió a alcanzarles. Petronila tiró entonces su espejito de plata que se
convirtió en un lago inmenso. Pero el mago, abriendo su capa de estrellas, echó
a volar y alcanzó pronto la otra orilla. Cuando estuvo de nuevo cerca, Petronila
arrojó el anillo de diamantes que cayó sobre la cabeza del mago y lo aprisionó
por el cuello, a punto de ahogarle.
-
¡Pobre mago –se dijo Petronila-. No voy a
abandonarle así.
Y
bajando del caballo se acercó a él y le preguntó:
-
Si te libro del anillo, ¿dejarás libre al
príncipe?- ¡Que le den morcilla al príncipe! Yo sólo te persigo a ti. Desde que llegaste a palacio comprendí que eres la mujer de mi vida, tan lista, tan cariñosa, tan sensible, tan valiente, tan buena contadora de cuentos. ¿Te quieres casar con migo?
- ¡Oh!, creo que sí. Aunque yo tenía que casarme con un príncipe. Pero es tan tonto…
- Cambiaremos la historia –dijo el mago-, así no se enfadarán tus padres. Pero líbrame del anillo que a ahogo.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Darme un beso.
Y se lo dio.
Apearon al príncipe Fernando del caballo, dejándolo dormir en la cuneta, y cabalgaron hasta el fin del mundo. Aún no has regresado.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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