Gracias a los cuentacuentos que estamos haciendo en estos días pude conocer este cuento de
GLORIA FUERTES de la mano de mi amiga Araceli.
Coleta payasa ¿qué pasa?
Coleta se asoma, por la puerta de lona, del
Circo Coco Drilo.
- Buenas. ¿Es usted el director del Circo Coco
Drilo?
- Sí. ¿Qué quieres?
- ¡Quiero ser payasa! ¡Hacer reír! Hacer reír es
una obra de caridad. Yo quiero ser payasa.
- ¡Uy ! ¡Tú payasa !
- Sí, yo, Coleta payasa. ¿Qué pasa? ¡Y menos
guasa!... Si quiere me cambio de nombre, y usted pone ahí un gran cartel que
diga: “BLASA, LA PAYASA”
- No, no es eso, es que para ser payasa, hay que
tener experiencia.
- Mire, no tengo experiencia (ni sé qué es eso),
pero tengo paciencia, gracia y salero, y además, ¡me conoce el mundo entero!
Soy Coleta. ¡Coleta de España!
- Escucha, pequeñaja -dijo el director- para ser
pasaya hay que ser mayor.
- Ahora escúcheme usted a mí, señor. Yo salgo a
trabajar disfrazada, con la cara pintada, con la nariz postiza (de pelota de
pimpón), me pongo peluca y peluquín, y grandes zapatones con tacones, y así,
los que van a ver mi arte al circo, nunca podrán adivinar los años que tengo.
- ¿Cuánto años tienes?
- Diez años y medio.
- Como los burros.
- No señor, como las burras. Soy niña.
Hubo un silencio extraño. Los ojitos de Coleta
echaban lágrimas de pena.
- Bien. Veamos. ¿Qué sabes hacer?
Los ojitos de Coleta echaban chispas de alegría.
- De todo. ¡Sé hacer de todo!
- Cómo de todo...
- Sí, yo también como de todo -dijo Coleta
nerviosa y añadió- Soy payasa, gimnasta, atleta y poeta (pero esto último a
usted no le interesa). Hago el pino, el sauce y la mosca...
- ¿Cómo es «la mosca»?
- Mire, señor director, la mosca es un número
muy divertido. Revoloteo por la pista y aterrizo suavemente en la calva de un
señor espectador.
- ¿Y de música?
- ¡Uy! Todo de todo. Lo que mejor toco es la
tuba.
- Sí, pero no vamos a comprar una tuba sólo para
usted. El circo no está para esos gastos. Además no creo que usted, tan canija,
pueda sostener la inmensa tuba.
- Bueno, pues fuera el número de la tuba. También
toco la trompeta -dijo Coleta.
- Eso «mí gusta» -dijo el director inglés. Y
Coleta dijo «yes».
Cuando los músicos
empezaron a tocar un alegre pasodoble torero,
saltó coleta a la pista,
vestida de artista,
vestida de payasa,
con traje de seda y gasa.
Pantalón floreado de
colores;
con todos los colores del
arco iris.
Y un gorro blanco-picudo
con plumas,
con todas las plumas del
pavo real.
Y unos zapatos grandes con
tacones,
con todos los tacones que
podía aguantar.
Y los niños aplaudían.
Coleta llevaba una trompeta en la mano y mucho
miedo en el cuerpo. Era la primera vez que iba a hacer el payaso (la payasa)
ante gente que no conocía.
Cuando el foco la enfocó, empezó a tiritar, sin
poderlo remediar, era como un «baile San Vito» con música de pasodoble.
Y los niños aplaudían
Coleta se acercó a las
primeras filas y... De un niño cogió una risa,
y la convirtió en paloma,
y así otra, y otra y otra.
Y los niños aplaudían
- Y ahora,
voy a demostrar mi gracia,
haciendo fina acrobacia.
Coleta se quitó el gorro picudo y se puso una
chichonera, se colocó la cabeza entre las piernas y comenzó a rodar por la
pista, como una pelota de carne y hueso.
Y los niños aplaudían
A las tres o cuatro vueltas
se desenrolló y mareada y medio bizca saludó.
Y los niños aplaudían
- Ahora
señoras y señores
(niño, no llores)
¡el número de mi mágica
trompeta!
- anunció Coleta-.
Se callaron los músicos rancios, y Coleta empezó
a soplar la trompeta.
Intentó tocar «Tengo una muñeca vestida de azul»
para que los niños lo cantaran, pero las notas salían fatal.
Mientras Coleta tocaba cada vez peor, pensaba:
- ¡Qué desastre! ¡Se me ha olvidado el tecleo de
los botones estos! Soplar, soplo, pero consigo un higo. ¡Qué despiste y yo en
la pista, haciendo el payaso de verdad!... ¡Estoy llorando! ¡Que no se enteren
los niños! ¡Angelito de la guarda, ayúdame!
Y de pronto, de la trompeta de Coleta empezaron
a salir pajaritos de todos los colores y picos que revoloteaban sobre las
cabezas de los espectadores.
Y los niños aplaudían
Y los niños saltaron de sus asientos y se
abalanzaron sobre Coleta.
Todos los niños querían tocar la coleta de
Coleta.
Era un montón de niños, más, una montaña de
niñas y niños rodeaban a Coleta Payasa. Ya no veían ni las plumas del gorro de
la artista.
En esos momentos, Coleta era la Payasa más feliz
del mundo, porque todos los niños querían besarla y porque, gracias a Dios, no
tuvo que hacer el número de «la mosca».