ROSA
CAPRICHOSA
Érase una vez una niña que se llamaba Rosa. Rosita, que era
como la llamaba su abuela, desde que su papá se había quedado sin trabajo, a
todas horas le oía decir: “¡Nada de caprichos! ¡Nada de caprichos!, ¡Nada de
caprichos!” Nadie le había explicado a Rosa qué era un capricho, así que Rosita
seguía pidiendo y pidiendo y pidiendo:
- Mamá,
mamá, cómprame la colcha de las princesas Disney…
- Papá,
papá, yo quiero un Bob Esponja de peluche…
Hasta que un buen día sus papás
le dijeron muy serios: “Todo lo que pides son caprichos, Rosa. Eres una
caprichosa.”
Rosa no entendía qué querían
decir sus papás, pero sabía que no debía ser nada bueno. Como no sabía qué
hacer salió al jardín, que era donde solía jugar todas las tardes. Estaba tan
triste que en vez de subirse al columpio o tirarse por el tobogán, prefirió
sentarse en un banco para pensar. De pronto se dio cuenta de que estaba rodeada
de animales. Veía pajaritos, mariposas, ardillas, hormiguitas y hasta un perro.
Observando a una familia de
pájaros en su nido pensó: “Papá pájaro no tiene un trabajo, igual que mi papá,
así que tampoco tendrá dinero para darle caprichos a sus pequeños, pero, a
pesar de ello, yo no les veo tristes”. Entonces Rosa comprendió que tener una
casa cómoda y calentita es importante, pero que no tiene por qué ser enorme y
lujosa, ni estar llena de cosas.
Observando a una ardilla que
correteaba jugando con una nuez y a dos mariposas que volaban haciendo
círculos, pensó: “Ellas tampoco tienen dinero y no paran de jugar. Están tan
felices… Se divierten con cosas que están a su alcance, sin tener que usar
juguetes carísimos”.
Observando a las hormiguitas
recoger las miguitas de un bocata y transportarlas hasta su hormiguero, pensó:
“Las hormigas comen la comida que encuentran, aunque no esté dulce o sabrosa.
Pues a partir de ahora me comeré todo lo que me ponga mamá sin rechistar: las
lentejas, las espinacas, el pescado,…”
Observando a Rufo, el peludo
perro de sus vecinos, que se había colado en su jardín, pensó: “¡Anda!, si los
perros también necesitan llevar ropa para abrigarse. Pero no necesitan
cambiarse de ropa ni usar bolsos, pendientes, collares,…”
Lo que Rosita aprendió aquel día
fue que los animales no tenían ningún problema para distinguir lo que era
verdaderamente necesario de lo que era un capricho. Desde entonces, Rosa dejó
de pedirle a sus papás todas aquellas cosas que los animales no necesitan
porque comprobó que con poquitas cosas podía llegar a ser más feliz. Ya nunca
más volvieron a llamarla “niña caprichosa”.
Y colorín colorado…este cuento se
ha acabado.
FIN
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